Cada volcán costarricense tiene sus encantos propios, eso los hace majestuosos a su manera. Estuve de gira por el Volcán Turrialba y sus alrededores; hasta ahora no lo conocía y tengo que decir que fue una excelente experiencia.
Ya subiendo desde Cervantes hacia el parque nacional se va admirando la belleza del lugar. Poco a poco la densidad urbana se va alejando para dar paso a solitarias casitas, incrustadas en un paisaje verde y pacífico. A mitad del camino se puede admirar el valle imponente en el que se asienta la ciudad de Turrialba, y a lo largo las majestuosas montañas de la cordillera de Talamanca. Una excelente vista que sirve como recordatorio perpetuo de lo bien articulada que está la naturaleza, de lo débil que es, de lo que aún tenemos en nuestras manos.
La calle se convierte en un camino sin asfalto, solitario. Ya las viviendas son escasas y los sembradíos se mezclan con un bosque cada vez más denso. ¡Un viaje recomendado para todos!
Al fin, el volcán nos da la bienvenida.
Impresionante ver los matices de colores de vegetación rodeando a un diminuto pueblo que más bien parece un pueblo fantasma. La magia del lugar la constituye precisamente eso: el turismo masivo aún no lo agobia, conserva su originalidad y sencillez. Lamentablemente el acceso al parque ahora está limitado, pero sólo con estar ahí vale la pena. Andando por los caminos aledaños pareciera que el volcán nos vigila, silencioso pero amenazante.
Esta última foto nos costó una regañada del profesor pero había que tomarla. Tenía que estar cerca de él, sentir su magnificencia. Ver más de cerca cómo los gases volcánicos queman a la vegetación cercana, en modo de aviso de que está vivo. Mi interés por los riesgos naturales, especialmente por sismicidad y vulcanismo, ha incrementado, al tanto que este será el área de estudio para mi tesis de licenciatura. Esta experiencia fue un primer paso, más adelante estoy seguro que les contaré la aventura pero desde el cráter.
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