No es demonizar la riqueza ni satanizar a los que por bondades de la vida tienen más capacidad adquisitiva. Ojalá que todos en Costa Rica tuviéramos la misma capacidad financiera para vivir sin carencias y una calidad de vida envidable de manera honesta.
Sin embargo, lamentable en Costa Rica, y en América Latina en general, la realidad no es esa. Son unos pocos los que tienen riqueza y acumulación material (así como los mercantilistas del siglo XVI-XVII sólo que sin el control estatal paternalista) y son muchos los que tienen poco. Ustedes saben bien que esa es la cruda realidad. La brecha social y económica ahí está, es latente. Si no fuera así no hubiera tanta gente vendiendo cosas en la avenida central de San José y no hubiera tanto pobre en las afueras de las ciudades que salieron corriendo de sus tierras porque no les da para nada. Sólo vayan por la autopista Próspero Fernández, ahí por Multiplaza o el CIMA, y se fijan qué hay del otro lado del río. Sí, algo completamente distinto.
El problema es menospreciar las disparidades que existen, haciendo de cuenta que no existen. U olvidarlas porque no me afectan directamente. Porque, pucha, no me van a negar que existe gente hipócritamente egoísta.
Que al tener ellos el bienestar económico que les permite vivir a sus anchas, no importa si hay miles de pobres. O igual que como algo no me produce ganancia me da igual si lo exterminan (como los árboles, por poner un ejemplo demasiado básico). El arraigo del neoliberalismo extremo ha permeado en la mente de muchos. Sin querer caer en el otro extremo, porque a mí me gusta ir al mall igual que a muchos, de vez en cuando almuerzo en McDonald's igual que muchos, soy consumidor. Pero ser consumidor no es sinónimo de olvidar ser HUMANO.
Es un tema obviamente político, porque año tras año no se ha logrado mucho paliar la situación. Pero también es un tema socio-cultural. Además de que somos la sociedad de la información, de la tecnología, somos la sociedad del dinero.
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